En un post de hace unos días os hablábamos de un fenómeno peculiar -milagro para muchos- que estaba a punto de suceder en Madrid, la licuefacción de la sangre de San Pantaleón en el Monasterio de la Encarnación.
Pues bien, como nos gusta contrastar las cosas que os contamos, allí nos fuimos el domingo 27 de julio las guías de Madrid and You para ver lo que ocurría y poder luego explicároslo mejor durante la visita al Madrid de los Austrias.
Llegamos a media mañana, en plena misa. Fuera, unas señoras que vendían estampitas y rosarios en un puestecito muy apañado nos pusieron pronto al día y resolvieron varias de nuestras dudas. Entre las cosas que nos contaron, nos hablaron de lo muy extendido que está el culto a San Pantaleón, pues cada año vienen fieles incluso de Rusia a ver cómo se licua su sangre; por lo visto es en Madrid donde se conserva más cantidad de ella y donde, por tanto, puede apreciarse realmente su cambio de estado.
La iglesia estaba abarrotada de creyentes, miembros de desconocidas cofradías y curiosos que, como nosotras, se esforzaban por descubrir sobre el altar la tan preciada reliquia. La ampolla, que durante todo el año se encuentra en la sala de las reliquias, había sido traída a la iglesia y colocada sobre el altar dentro de una rotunda caja blanca. Al acercarnos al altar unas señoras nos dijeron que la sangre ya estaba totalmente licuada. Fue un poco decepcionante, pues nos hubiera gustado ver algo del proceso.
Puesto que el contenido de la ampolla no puede apreciarse bien de lejos y que además un cordón impide que los feligreses se abalancen con fervor sobre ella (como sucedió en más de una ocasión), las monjas, sin duda más puestas que yo en tecnología, habían instalado una webcam y un circuito cerrado de televisión. De esta forma pudimos seguir el acontecimiento en directo y en detalle gracias a las dos grandes pantallas que, a derecha e izquierda del altar, muestran la ampolla ampliada hasta diez veces. Es también una buena forma de demostrar que no hay ni trampa ni cartón en este extraño fenómeno que viene aconteciendo año tras año desde que se conserva registro escrito en el monasterio. Y más vale así, pues la no licuefacción de la sangre o su comportamiento extraño es presagio de terribles acontecimientos bélicos. Damos fe de que un año más, al menos en esta pequeña parte del globo, nos hemos librado de una buena.
Es de agradecer que además de las pantallas, dos didácticos paneles explicaran al visitante las diferentes partes de la reliquia y el desarrollo del proceso. En general la organización fue muy buena. A esto hay que añadir que en momentos puntuales el sacerdote, tras la barrera de contención, acercaba a los presentes otro relicario del santo, esta vez con un hueso, para que quien quisiera pudiera besarla.
Un rato después salimos de la iglesia, sabiendo que al cabo de unas horas la sangre del santo volvería a solidificarse y que volvería a su lugar en el Monasterio, entre cientos de reliquias más. Aunque todo lo que habíamos visto parecía transparente, no dejábamos de preguntarnos por la extraña caja blanca que contenía la reliquia y si podría o no influenciar en el prodigio.
Pero dudas aparte, que no está en nuestro ánimo ni en nuestra capacidad resolver, lo cierto es que el fenómeno de las reliquias ha sido tradicionalmente muy importante en el mundo católico. El propio Monasterio de la Encarnación es un buen ejemplo pues, aunque la sangre de San Pantaleón es su reliquia más preciada, cuenta con unas setecientas, un número nada desdeñable que, sin embargo, se queda en nada al lado de la extensa colección que atesoró Felipe II y que se conserva en su querido Monasterio del Escorial, dedicado a San Lorenzo, cuya festividad se celebró precisamente ayer 10 de agosto en el Barrio de Lavapiés.
San Lorenzo fue tesorero y archivista de la Iglesia y patrón de los bibliotecarios. En una época en la que ser cristiano no estaba especialmente bien visto, el diácono Lorenzo corrió la misma suerte que tantos otros mártires cuando el emperador Valeriano proclamó el edicto de persecución, prohibiéndoles el culto y las reuniones. Lorenzo fue entonces apresado y quemado vivo en una parilla y cuentan que pese a lo lenta y extremadamente dolorosa que fue su tortura, en medio del martirio exclamó: «Dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho». Humor no le faltaba al santo. Los restos de la parilla, que parece ser aún se conservan, se encuentran en la Basílica de San Lorenzo in Lucina, en Roma.
Aunque su martirio tuvo lugar en la Ciudad Eterna un 10 de agosto del 258, San Lorenzo fue un santo bien español, de Huesca nada menos, y fue allí según cuenta la leyenda, donde el tesorero envió el Santo Grial, la copa usada por Jesucristo en la Última Cena, para salvarla de los paganos en el año 258. Según los estudiosos, el cáliz más preciado del cristianismo fue custodiado allí hasta que en el siglo XV el rey de Aragón, Alfonso V, lo envió a Valencia. Pero aunque así dicho parece muy claro el camino que el Santo Grial ha seguido a lo largo de los siglos, éste no lo es tanto y por ello muchos, desde caballeros medievales hasta el propio Himmler en época más reciente (por no hablar de Indiana Jones), han dedicado no pocos esfuerzos para intentar hacerse con el verdadero sin resultado. En la actualidad hay localizados unos doscientos supuestos griales y, si bien el de Valencia parecía ser uno de los que más posibilidades tenía de ser el auténtico, recientemente se ha identificado con él al cáliz de Doña Urraca que se custodia desde hace siglos en la Basílica de San Isidoro de León, pero ésta es otra historia.
Os hablábamos de San Lorenzo, del monasterio que Felipe II le dedicó y de su colección de reliquias. No suele pasar inadvertida la forma del edificio, que recuerda al instrumento del martirio de santo. Parece que Felipe II quiso así agradecerle la victoria sobre los franceses en la Batalla de San Quintín, que tuvo lugar el 10 de agosto de 1557. Ayer, día de San Lorenzo, se expusieron las reliquias del santo conservadas en la extensa colección de Felipe II, formada por unas 7.000, es decir, diez veces más que las que guarda el Monasterio de la Encarnación.
Pero si esto os parece mucho, pensad que Federico III de Sajonia llegó a poseer unas 20.000 reliquias y una veintena de cuerpos enteros de santos. Algunas de sus reliquias eran tan curiosas y variopintas como la leche de la Virgen María o la paja del pesebre del portal de Belén. En ocasiones se exponían en la catedral Wittemberg, a la que acudían miles de peregrinos que dejaban limosnas a cambio de obtener indulgencias. Lo más curioso de todo esto es que Federico III se dejó seducir por las ideas de Lutero, abandonando el culto a las reliquias y su colección.
Ya os podéis imaginar que en aquellos tiempos la compra venta de este tipo de objetos era un auténtico negocio y que muchos estaban bien dispuestos a dar gato por liebre. Por eso los más precavidos debían exigir el correspondiente certificado de autenticidad y si no os lo creéis podéis ir a la iglesia de San José, al inicio de la Gran Vía, donde se conserva en la capilla de la Santa Cruz un fragmento certificado del Lignum Crucis. Aparte del valor espiritual que las reliquias, verdaderas o falsas, pudieran tener, la mayoría de ellas se conserva en preciosos cofres y estuches tan bien trabajados por plateros y orfebres que son verdaderas obras de arte.
Así que como veis, aunque en Madrid no tenemos ningún posible Santo Grial, la representación de reliquias es nutrida. Si no sabéis muy bien qué hacer con las calurosas tardes de verano podéis visitar algunos de los lugares de los que os hemos hablado y hacer vuestras propias averiguaciones sobre ellas al fresco de los muros de varios metros de espesor de las antiguas iglesias y monasterios de la ciudad y sus alrededores.
Para los que buscáis opciones un tanto más profanas, corred a Lavapiés y aún llegaréis a tiempo para disfrutar de las fiestas de San Lorenzo. Otra opción menos popular y populosa es contemplar las famosas lágrimas de San Lorenzo o Perseidas. Este año habrá además un fenómeno extra: la Super Luna, aunque para disfrutar de todo ello tendréis que alejaros de la capital y buscar un lugar con menos contaminación lumínica durante las noches del 11, 12 y 13. Según se cuenta, esta lluvia de meteoros recibe tal nombre en la tradición cristiana por coincidir con la fecha del martirio del santo y se asoció con las lágrimas vertidas por él durante el martirio.
¡Que sigáis disfrutando del verano y de sus tradiciones, religiosas o profanas!