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La Posada del Peine : un hotel con mucha historia

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“¡Esto parece la Posada del Peine!”. Quién no ha oído alguna vez esta frase hecha -a sus padres, por ejemplo- referida a un lugar -a su casa, por ejemplo- en el que no deja de entrar y salir gente sin detenerse demasiado.

Los madrileños de pura cepa saben que esto no es sólo un dicho. Sino que se refiere a una posada que realmente existió y que, de hecho, sigue existiendo transformada en un hotel de la cadena Petit Palace. La Posada del Peine es el hotel más antiguo de Madrid, ubicado en el puro centro de la ciudad. En la calle Postas y a un paso de la Plaza Mayor. Un lugar con tanta historia bien merece que le dediquemos un post.

La inauguración de la Posada del Peine se fecha en torno a 1610. Cuando Madrid ya había vuelto a ser la sede de la Corte -después del breve paréntesis vallisoletano- y el ir y venir de gente se había disparado con el atractivo de poder hacer un buen negocio en una ciudad que cada vez ofrecía más oportunidades de todo tipo.

La fundó Juan Posada al transformar una casa cualquiera de la antigua calle Vicario Viejo (hoy Marqués Viudo de Pontejos). Era un establecimiento para el descanso de viajeros y gente de paso por la ciudad.

Juan Posada tuvo ojo al elegir la localización, pues no sólo estaba a la puerta de la Plaza Mayor, la más importante de la Villa, sino que también era vecina de la Casa de Postas, es decir, el punto de recepción y envío del correo real de postas y lugar de llegada de carruajes y diligencias llenas de viajeros que llegaban a Madrid de paso o para quedarse. ¿Y qué era lo primero que se encontraban? La estratégicamente situada Posada del Peine.

Pero la visión de mercado de Juan Posada no se quedó sólo en elegir una buena ubicación, sino que decidió darle a su establecimiento un punto de distinción, y lo vio claro: ¡un peine en cada habitación para uso de los clientes! El peine en cuestión colgaba del lavamanos para que nadie se lo pudiera llevar y sólo se hiciese uso de él mientras se estaba en la posada; como veis la costumbre de llevarse las “amenities” y lo que no lo son de los hoteles tiene también mucha historia. Como habréis deducido, fue éste un lujo tan sonado y comentado que acabó por darle el nombre a la posada por el que todavía se la conoce hoy, aunque mejor no imaginarse cómo debían de estar esos peines mil veces usados en mil cabezas diferentes, está claro que esos lujos hoy en día hubieran supuesto un grave problema ante una inspección de sanidad…

La posada era un constante ir y venir de gente, pues además tenía una capacidad inusitada para su época (llegó a contar con unas 150 habitaciones).

Por supuesto, no todas eran iguales. Las más nobles eran las que daban a la calle, más grandes y mejor amuebladas, con luz y aire fresco. Las interiores en cambio aparecen descritas prácticamente como zulos, oscuras, pequeñas y sin ninguna comodidad. Además, había una habitación especial: la 126. Se decía que tenía un armario desde el que partía una escalera que conducía a una habitación secreta en la parte alta del edificio, usada para reuniones clandestinas o para dar cobijo a fugitivos, según se cuenta, pero vaya usted a saber… Otras habitaciones estaban también comunicadas entre sí por pasadizos para facilitar las correrías nocturnas.

En 1796, los entonces dueños de la posada, los hermanos Espino, en vista del éxito que seguía teniendo decidieron ampliarla con la casa contigua que daba a la calle San Cristóbal. De la supervisión de las obras se encargó el entonces arquitecto real Juan de Villanueva. Respetaron algunos de los pasadizos originales, que hacían que las habitaciones que los tenían fueran muy demandadas. En 1863 se acometió una nueva reforma que supuso mejoras estructurales. Hasta que en 1891 se pidió licencia para construir un nuevo edificio y se unió el contiguo, con fachada a la Calle Postas. Al año siguiente se le añadió como coronamiento un templete y un reloj.  Era con motivo de la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América y con la intención de que sirviera como reclamo.

El edificio ha sido siempre tan famoso y emblemático de la ciudad de Madrid que Camilo José Cela le dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia Española.

Pero, tras cambiar varias veces de dueños, en 1970 el hotel cerró. Fue reabierto ya como parte de la cadena Petit Palace en 2005. Respetaron su fachada, los tres edificios que lo acabaron componiendo (el original es el central) y, sabiamente, su archiconocido nombre.

Así que ya sabéis, cuando paséis por la Calle Postas no dejéis de fijaros en este singular edificio con más de cuatrocientos años de historia.  Y muchas historias en su interior. Si las paredes hablaran… ¡y si no hablan podemos contarte su historia en nuestra ruta del Madrid de los Borbones!

Posada del Peine
Calle Postas, 17, 28012 Madrid
Tel.: 915 23 81 51

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DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO

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