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La estatua de Felipe III en la Plaza Mayor: en boca cerrada no entran moscas.

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La Plaza Mayor de Madrid tiene vida 24 horas al día. Tiene su origen en un cruce de caminos que venían de Toledo y de Atocha, y que con el paso del tiempo fue reuniendo a comerciantes que aprovechando el tráfico de gente vendía sus productos en una zona que estaba fuera de las murallas de la ciudad. Es por esto que muchos dicen que los tenderos que allí instalaban sus puestos no sólo buscaban la multitud que allí se agolpaba, sino que además no tenían que pagar los impuestos que sí se exigían al cruzar cualquiera de las puertas de la muralla que rodeaba a la ciudad.

Su plenitud como plaza nace con Felipe III, quien encarga a Juan Gómez de Mora la realización del famoso espacio rectangular, en un principio abierto por los costados y con edificios con más plantas de las que hoy podemos admirar. Como testigo del tiempo que fue, la conocida estatua ecuestre del Rey Felipe III vigila la abarrotada Plaza desde su centro, casi impasible a los numerosos actos que allí han sucedido desde sus comienzos en el Siglo XVI. No siempre la estatua estuvo allí. De hecho, fue decisión de Isabel II quien en 1848 trasladar esta magnífica obra desde la Casa de Campo hasta el lugar que ahora ocupa. Desde allí, nuestro impasible Rey pudo contemplar cómo la Plaza se reformaba en numerosas ocasiones , admirando el «tráfico» de coches y autobuses o incluso los árboles que en su momento daban sombra a los numerosos visitantes que decidían recorrer el centro de Madrid y su empedrado firme.

Plaza Mayor de Madrid con árbolesLa estatua la construyeron Juan de Bolonia y Pietro Tacca en 1616 como reflejo de un tiempo dominado por una monarquía absolutista muy bien reflejada en la imponente obra. Con el tiempo, llegaron otras formas de gobierno que dirigieron el país y la ciudad, y algunos de sus habitantes, como demostración de rabia con su pasado , quisieron destruir toda imagen que recordara otra forma de gobernar que no fuera la suya. Esto ha pasado desde que España es España y con todas las formas de gobierno que este país ha tenido, como forma de borrar un pasado, que como todos los pasados, tuvieron sus buenos y sus malos momentos. La pena es que no sólo se destroza una memoria histórica sino que muchas veces también desaparece el arte que hoy, fuera de todo contenido político, podríamos estar admirando.

En 1931, y en uno de estos cambios políticos y borrados de memoria pasada de los que tantos ha vivido nuestro Madrid (el comienzo de la segunda República) un grupo de revolucionarios introdujeron explosivos por la boca del animal , con la triste sorpresa de que al hacerlo explotar, numerosos pequeños huesos saltaron por los aires saliendo del caballo , convirtiendo a la plaza en un repentino cementerio profanado. Lógicamente el susto invadió las almas – y los cuerpos- de los gamberros alborotadores, e hicieron ver a la multitud allí agolpada que la estatua no podría estar sino endemoniada y maldita.

La explicación no tardó en llegar, y rápidamente se comprobó que los pequeños huesos pertenecían a pequeños gorriones que, con ansia de curiosidad, habían decidido explorar la enorme panza del caballo y, entrando por la boca, nunca pudieron salir puesto que para hacerlo tenían que expandir sus alas y su tamaño chocaba irremediablemente con la pequeña boca del corcel. El paso de los siglos convirtió por tanto a la preciosa estatua en un no tan precioso cementerio de pájaros involuntariamente creado en sus entrañas.

La estatua fue restaurada tras la Guerra Civil , en la que tantas obras de arte fueron destruidas por un bando y por otro, y el restaurador, queriendo romper con ese pasado un tanto tenebroso, decidió sellar la boca del caballo, y contribuir a que la majestuosa Plaza Mayor pueda tener , además de los cafés con leche, pequeños pájaros que sin duda animarán mucho más nuestras visitas guiadas por el Madrid de los Austrias.


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DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO

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