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Jarabo: El asesino de Madrid de la alta clase social

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En nuestra ruta de los Asesinatos solemos contaros historias truculentas que han ocurrido en Madrid. La larga y compleja historia de la ciudad, en la que influye que haya sido la capital desde hace siglos y un lugar con mucho movimiento de gente, da para que en un radio no muy grande podamos relataros asesinatos de Estado, crímenes pasionales y por dinero y alguna que otra historia de fantasmas. Pero la zona por la que paseamos con vosotros no es ni mucho menos la única de la ciudad en la que han ocurrido sucesos macabros. Por eso hoy os vamos a contar la historia de Jarabo, que conmocionó a la sociedad madrileña allá por los años cincuenta del siglo pasado.

José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez-Morris, conocido como Jarabo, había sido un niño bien, sobrino del entonces presidente del Tribunal Supremo Francisco Ruiz Jarabo (que llegaría a ministro de Justicia), educado en el colegio del Pilar de Madrid y viajado por el mundo, pues había acompañado a sus padres a Estados Unidos y Puerto Rico. Ya allí comenzó su vida a torcerse, pues llevaba una vida de golfo y de holgazán financiada por el dinero de sus padres. Tras un breve matrimonio viajó a Nueva York, donde el tráfico de drogas y de pornografía lo llevó cuatro años a la cárcel, tras los cuales decidió volver a Madrid. Era el año 1950.

En Madrid su vida no se enderezó, al contrario. En unos dos años se gastó un patrimonio, 15 millones de pesetas de entonces, que su madre le había dado para que se estableciera. Para cuando el dinero se le acabó ya se había convertido en el rey de la noche madrileña, metido de nuevo en el mundo de la prostitución y de las drogas y con una lista interminable de amantes. Vestido siempre como un dandy, con buena planta (era alto y fornido) y mejor labia, fue viviendo con la pensión que le pasaban sus padres, empeñando objetos de valor de su casa de Arturo Soria e hipotecando la propia vivienda y con el dinero que sacaba de sus negocios en el mundo del hampa, pero siempre acuciado por las deudas.

Así llegó el verano de 1957, cuando Jarabo conoció a Beryl Martin Jones, su talón de Aquiles. Se enamoraron y pasaron el verano juntos, pero con la falta de dinero llegaron los problemas. A la espera de recibir un pago por el tráfico de cocaína, Jarabo empeñó un solitario de Beryl con el consentimiento de ésta en la casa Jusfer, propiedad de Emilio Fernández y Félix López Robledo. El dinero que les dieron por el anillo, unas 4.000 pesetas, no se acercaba ni de lejos a su valor, en torno a las 50.000, pero la urgencia les hizo acceder al abuso de los prestamistas, pensando que pronto lo recuperarían.

Sin embargo, pasó el tiempo y no llegó el momento de desempeñar el anillo. Mientras tanto, Beryl volvió a Lyon con su marido. En el verano de 1958 escribió a Jarabo pidiéndole que le devolviera el anillo, pero él aún no lo había recuperado y se lo impuso como objetivo. Al llegar a Jusfer, se encontró con la sorpresa de la negativa de los dueños de devolvérselo porque estaba a nombre de Beryl, así que él les ofreció enseñarles la carta donde ella se lo solicitaba, que se quedaron como aval hasta que consiguiera el dinero para pagarla, 10.000 pesetas.

Cuando Jarabo volvió con el dinero, Emilio Fernández y Félix López trataron de extorsionarlo pidiéndole una cantidad aún más alta por recuperar la carta, en la que el honor de Beryl aparecía comprometido. Así que Jarabo decidió optar por otros medios para recuperar carta y anillo y se hizo con una pistola.

El sábado 19 de julio, a la hora a la que se había citado con los extorsionadores en Jusfer, se presentó en el domicilio de Emilio, en la calle Lope de Rueda 57, con un plan bien trazado. Llegó antes de que el sereno cerrara la puerta de la casa y subió al domicilio del prestamista poniendo cuidado en no dejar huellas en el portal ni en el ascensor. Le abrió Paulina, la criada, que lo acompañó al salón, pero Jarabo no estaba dispuesto a dejar testigos, así que la siguió a la cocina y la mató con el mismo cuchillo con el que estaba preparando la cena.

Acto seguido se escondió para esperar la llegada de Emilio, al que mató de un tiro en la nuca, pero a los pocos minutos llegó su mujer. Se presentó entonces como un inspector de Hacienda y trató de envolverla en la mentira haciendo uso de su labia, pero María de los Desamparados acabó sospechando que algo no encajaba. La salida de Jarabo fue echarse su tercer asesinato a la espalda, éste más dramático si cabe porque María estaba embarazada.

Jarabo buscó la joya y la carta por toda la casa, pero no encontró nada. Así las cosas, preparó los cadáveres para que pareciera que había sido la escena de un crimen pasional y pasó la noche en el domicilio de sus víctimas, a la espera de que el sereno volviera a abrir el portal por la mañana. Cuando llegó la hora salió de la casa con una maleta en la que llevaba el traje ensangrentado y con las llaves de la tienda Jusfer en el bolsillo.

El lunes por la mañana Jarabo fue a la tienda en la calle Sainz de Baranda, entró con la llave robada y se dispuso a esperar a Félix, el socio de Emilio, al que mató nada más entrar. Pero una vez registrada la tienda tampoco encontró ni rastro de la joya ni de la carta.

Llevó el traje a una tintorería de su confianza en la calle Orense y al dueño le contó una historia sobre una pelea callejera para justificar toda la sangre con la que estaba manchado. Pero el dueño, extrañado, avisó a la policía, que ya había encontrado los cadáveres y buscaba al culpable del asesinato múltiple. Así fue como el martes por la mañana Jarabo fue detenido cuando iba a recoger su traje.

En la Dirección General de Seguridad hizo gala de su personalidad resuelta y de su sangre fría e invitó a los presentes a champán y pidió para él comida de Lhardy. Después confesó al detalle todo lo que había ocurrido en los últimos días, así como el chantaje de los dos prestamistas; sintió la muerte de las dos mujeres, pero la suya no.

Durante el juicio, Jarabo utilizó uno de sus carísimos trajes cada día. Se le condenó a cuatro penas de muerte y, aunque se creía que se le conmutarían por ser quien era, el régimen decidió dar ejemplo y se le ajustició en la cárcel de Carabanchel mediante garrote vil. El último punto dramático a esta historia lo pone el tiempo que Jarabo tardó en morir, más de veinte minutos, pues su fornido cuello era demasiado para las fuerzas del verdugo. Tal impresión provocó aquello que después de su ejecución se organizó una comisión para revisar la pena de garrote.

Todavía una vez muerto se especulaba sobre si había sido ejecutado Jarabo u otro en su lugar, hasta el punto de que el policía que acompañaba al féretro obligó al conductor a abrirlo a punta de pistola para disipar los rumores. Se cuenta que dijo: “¿Es o no es Jarabo, rojo de mierda?”, sentencia que puso fin a esta truculenta historia.

Así que ya veis, las historias del Madrid más oscuro acechan en cada esquina. Si queréis conocer más, ¡no dejéis de venir a nuestra ruta del Madrid de los Asesinatos!


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DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO

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