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El Viaducto de Segovia: Madrid y los suicidios

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Cuando uno sube por la calle Segovia desde el sur, el paisaje queda completamente dominado por el imponente viaducto que le pasa por encima. Salva el profundo barranco (nombre original de la calle) que existe entre las dos colinas circundantes, creado por un antiguo arroyo, conocido como las Fuentes de San Pedro, que corría hacia el Manzanares. Éste parece ser el arroyo Matrice, en cuyo entorno se encuentran los yacimientos arqueológicos más antiguos de Madrid, de la Edad del Bronce, y un asentamiento visigodo, sobre el que se discute si pudo ser el origen de la ciudad, de nombre Matrice como el arroyo y del que habría derivado posteriormente el nombre musulmán Mayrit.

Volviendo al viaducto, la idea de unir el Palacio Real con San Francisco el Grande salvando el incómodo barranco que partía en dos esta importante zona de la ciudad viene ya de época de Carlos III y fue retomada por José Bonaparte, aunque no fue hasta 1860 cuando se acometió realmente el proyecto. Aunque por fechas parezca imposible, podría decirse que lo inauguró Calderón de la Barca, pues cuando el viaducto aún no estaba terminado se dio permiso para que lo cruzara la comitiva que trasladaba sus restos de San Francisco el Grande a la Sacramental de San Nicolás.

Es indiscutible que se trata de una imponente obra de ingeniería, nada fácil de resolver si tenemos en cuenta que el viaducto original comenzó a presentar problemas estructurales relativamente pronto, hasta que fue finalmente demolido durante la Segunda República para construir uno nuevo, que no se terminaría hasta los años 40 del siglo pasado y que también hubo que restaurar en los 70 inyectando hormigón en varios pilares porque el usado inicialmente era de mala calidad. Aunque este verano se realizarán de nuevo obras, podemos estar tranquilos porque los técnicos han asegurado que no tienen nada que ver con la estabilidad del viaducto, que es, ahora sí, totalmente seguro.

Pero no sólo estos problemas de ingeniería han caracterizado al viaducto casi desde su inauguración, sino también los suicidios. Su enorme altura -23 metros- lo convirtió en el lugar ideal para estos fines casi desde su inauguración en 1875, pues ya una semana después de ésta los periódicos daban la noticia del primer suicidio y del segundo ocho días más tarde. Ambos serían sólo los primeros de una larga lista que iría forjando la triste leyenda del viaducto como destino por excelencia para los madrileños que eligen poner fin a su vida.

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Planos del primer Viaducto de la Calle Segovia

Por eso, pocos meses después de la inauguración se promovió la colocación de más faroles para iluminar mejor el viaducto -también por la presencia en las cercanías, según se decía, de gente de “malvivir”- y se planteó también la posibilidad de elevar la altura de las barandillas para disuadir a los suicidas de sus intenciones. Cuando los diez nuevos faroles se inauguraron, uno de los periódicos satíricos de la época lo justificaba “Porque el municipio opina, muy fundadamente, que los suicidas deben ir al otro mundo alumbrados”.

Para alimentar la leyenda macabra del viaducto, desde agosto de 1876 y por un tiempo, cada vez que se producía un suicidio aparecía una cruz negra en uno de los pilares, sin que la policía llegara nunca a saber quién era su autor. Otra historia más romántica, propia del siglo XIX en el que se sitúa, contribuyó también a la leyenda de este lugar, pues se cuenta que una joven de buena familia, enamorada de un muchacho con oficio de tabernero, decidió tirarse por el viaducto cuando sus padres descubrieron la relación que ambos llevaban en secreto y se opusieron a ella. Pero las faldas de su vestido, ahuecándose como un paraguas, hicieron que cayera suavemente y sólo se rompiera un tobillo o, más bien, según otras versiones, los abundantes ropajes quedaron prendidos de las ramas de un árbol, lo que en cualquier caso le salvó la vida. Tras el susto, los padres de la muchacha recapacitaron y le permitieron casarse con su humilde amado.

Los suicidios llegaron a ser tan comunes en el viaducto que se acabó por tomar la resolución de no dar cifras para no alarmar a la población y para no contribuir tampoco a alimentar la fama del lugar. Algunos de los datos que se manejan señalan que entre 4 y 6 personas se suicidaban al mes en este lugar en los años 90. Los intentos por evitar esta situación, pensando en los propios suicidas y también en que su decisión de quitarse la vida ponía en peligro la de las personas que circulaban por debajo, llevaron finalmente a José María Álvarez del Manzano, en su etapa de alcalde de Madrid, a colocar unas antiestéticas mamparas de metacrilato que, sin embargo, se han mostrado efectivas en su objetivo de poner fin a los suicidios, pues desde entonces no se ha producido prácticamente ninguno.

Curiosa y trágicamente, una de las pocas muertes que han ocurrido después de colocar las mamparas no ha sido un suicidio real sino escenificado. El especialista de cine Álvaro Burgos murió rodando uno de estos saltos al vacío como última escena de la película Canícula, cuando se estrelló contra el suelo. El sistema de seguridad no se había calculado bien y las cuerdas que debían sujetarlo eran más largas que la distancia entre la parte superior del viaducto y el pavimento.

Según las noticias que hemos podido recopilar, el último intento de suicidio se produjo el año pasado, cuando un joven trató de quitarse la vida pero fue finalmente disuadido por un cura -que llegó a darle la extrema unción-, un repartidor y un seminarista que, hablando con él y saltando la mampara, lo frenaron en su empeño.

Parece, por tanto, que con las mamparas se ha puesto prácticamente fin a una larga y trágica historia de muertes buscadas, tan impactante que el viaducto seguirá por mucho tiempo en la memoria popular de los madrileños como el puente de los suicidas.


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DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO

DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO