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El Palacio de los Lasso de Castilla y sus secretos

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Hoy vamos a hablaros de un edificio ya desaparecido que se encontraba en la Plaza de la Paja, el Palacio de los Lasso de Castilla. Todo el entorno de esta plaza, el que fuera barrio de la Morería, guarda numerosas historias del Madrid más antiguo. Ésta es, por ejemplo, una de las zonas con más vinculación con San Isidro, su vida y sus milagros, pues allí se encontraba la Casa de los Vargas (ahora el Museo de los Orígenes), familia entre las más nobles de la antigua villa, donde Isidro moraba con su familia y donde, según la tradición, salvó a su hijo de morir ahogado en el pozo mediante un milagro.

Abundaban en este barrio los grandes caserones y los palacios. Los propios Vargas tenían otro en la misma Plaza de la Paja, donde ahora está el Colegio de San Ildefonso y vecino, por tanto, del palacio que hoy nos ocupa, el de los Lasso de Castilla, que se alzaba en la misma plaza con vuelta a las calles de la Redondilla y de Mancebos. Lo mandó construir en el siglo XV Don Pedro de Castilla, bisnieto de Pedro I el Cruel y marido de Catalina Lasso de Mendoza. Contaba con más de 5.500 metros cuadrados y más de cien habitaciones, además de una enorme torre en una esquina y un levadizo que unía los aposentos donde se alojaban los Reyes Católicos con la tribuna de la Iglesia de San Andrés para que no tuvieran que salir a la calle para asistir a misa.

Porque si por algo se caracterizó este palacio fue por albergar a muchos y muy ilustres huéspedes, empezando por los propios Reyes Católicos, que se quedaban en él durante sus estancias en Madrid haciendo uso de su amistad con Don Pedro Lasso de Mendoza, hijo de Pedro de Castilla y, por tanto, heredero del palacio y uno de los principales valedores de Isabel en su guerra por el trono contra su sobrina Juana la Beltraneja. Fue precisamente allí donde, en 1477, se alojaron Isabel y Fernando en su primera entrada oficial en Madrid tras la victoria sobre Juana y una vez sometida la villa, que había elegido el bando equivocado en la guerra.

A la muerte de Isabel, Fernando se siguió alojando en el palacio con su segunda mujer, Germana de Foix, como también lo hicieron su hija Juana y su marido, Felipe el Hermoso, y después de ellos el Cardenal Cisneros, siendo ya regente de Castilla, tal y como había dispuesto el rey Fernando en su testamento ante la incapacidad de su hija para reinar sola.

Establecía el rey católico que su nieto Carlos gobernara junto a su madre hasta su muerte y que durante el tiempo que el príncipe tardara en llegar a España desde Flandes fuera regente de Castilla el Cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo y Primado de España. Pero esta decisión no estaba exenta de polémica, pues Fernando el Católico nunca fue rey de Castilla como tal, sino rey consorte y regente a la muerte de su mujer. Así que Cisneros era un regente nombrado por otro regente y muchos de los nobles castellanos no estaban dispuestos a ser gobernados por una persona a la que la autoridad le había llegado por un cauce tan discutible, a lo que se unía que veían en esta situación de inestabilidad una posibilidad de recuperar el poder perdido.

Y fue precisamente en el Palacio de los Lasso de Castilla donde el Cardenal Cisneros disipó las dudas de los nobles castellanos sobre su regencia. Ante sus constantes demandas sobre de dónde le venían sus poderes de mando, se cuenta que Cisneros los convocó en el palacio y cuando se encontraban en sus aposentos abrió una ventana y les dejó ver a un batallón de artillería perfectamente formado tras el edificio. Acto seguido pronunció la célebre frase “¡Éstos son mis poderes!”, acallando a partir de entonces todas las críticas sobre su regencia y cualquier intento de rebelión por parte de la nobleza castellana.

El último huésped ilustre de este concurrido palacio fue Adrian Florensz, más conocido como Adriano VI, el último papa no italiano hasta Karol Wojtila. Antes de llegar a obispo de Roma fue preceptor de Carlos I en su infancia en Gante, valedor de sus derechos a los tronos hispanos y también regente de Castilla, en este caso cuando el rey Carlos se ausentó en 1520 para ser designado emperador del Sacro Imperio.

En 1611 el palacio pasó a los duques del Infantado, primos de los antiguos dueños. Fue su residencia habitual en Madrid hasta 1777. Después el palacio se fue deteriorando y en 1861 sólo quedaban en buen estado las escaleras y algunos salones. Tras la quiebra de la Casa del Infantado y Osuna el edificio se vendió y derribó en 1882 y en su solar construyó el Marqués de Cubas varios edificios de viviendas. Pero el derribo llevó un cierto tiempo pues, aunque el edificio estaba en ruinas, nadie quería acabar de echarlo abajo por miedo a los fantasmas que vivían en él y cuyas cadenas se oían arrastrar por los suelos en la oscuridad. ¿Quedará todavía alguno de ellos rondando por las noches de la Plaza de la Paja?

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DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO

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