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Los mentideros de la Villa de Madrid

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En los tiempos que corren la información está al alcance de la mano de manera inmediata. Esta misma mañana nos hemos enterado en tiempo real de los resultados de la votación sobre la independencia en Escocia. Pero hubo un tiempo en el que hacerse con las últimas noticias no era ni tan fácil ni tan rápido.

Así ocurría en Madrid en la época de los Austrias. A mediados del siglo XVII se creó la primera Gaceta (La Gaceta ordinaria de Madrid), que con el tiempo se transformaría en la Gazeta de Madrid, antecesor del actual BOE y donde se recogían noticias importantes del reino y del exterior. Pero estos “proto-periódicos” se publicaban mensualmente, así que las noticias no eran demasiado frescas que digamos.

Si uno quería estar al tanto de lo que ocurría en la villa y en la corte sólo había un lugar al que pudiera acudir, a los mentideros, lugares donde ricos y pobres se mezclaban ávidos de llevarse a casa o a la taberna detallada información de los últimos sucesos, pero también de opinar sobre ellos e, incluso, de hacerse los interesantes dando ellos mismos una primicia, no siempre con demasiada veracidad. Así que las noticias reales se mezclaban con los rumores y los cotilleos de todo tipo; imaginaos si ahora, que es tan fácil contrastar la información, de vez en cuando en la prensa se “mata” a personas que están muy vivas, qué no se diría en aquellos mentideros en los que muchas veces lo único que se tenía era la palabra de un supuesto testigo o un comentario cazado al vuelo y a medias.

Había tres mentideros en el Madrid de los Austrias: las Gradas de San Felipe, conocido como el Mentidero de la Villa; el Mentidero de Representantes, en la calle del Mentidero (hoy del León), y las Losas de Palacio, delante del Alcázar.

Las Gradas de San Felipe hacen referencia a la gran plataforma que tenía el convento de San Felipe El Real para salvar el desnivel de la esquina entre la calle Mayor y la de Esparteros donde se encontraba, así como a la escalinata que le daba acceso.

El convento se construyó en 1546 bajo el auspicio del todavía príncipe Felipe II, de ahí su nombre. Siendo uno de los conventos importantes de la ciudad, la fama le venía de la lonja que se abría en la base de la plataforma y del mentidero que se había establecido oficiosamente en sus gradas de acceso, el más importante de la Villa y también el lugar donde se reunían los soldados de los Tercios de Flandes, pues allí es donde se los reclutaba para partir hacia los Países Bajos.

Era lógico que las gradas de San Felipe se acabaran convirtiendo en el mentidero “de referencia”, pues estaban situadas en la calle más importante y más transitada de la ciudad y junto a la Puerta del Sol, lugar de constante entrada y salida de de personas que iban y venían a la ciudad.

Quizá fue allí donde el Conde de Villamediana, Don Juan de Tassis, puso en circulación una de las letrillas satíricas con las que solía regalar a los poderosos de la corte, en este caso dedicada ni más ni menos que al antiguo valido de Felipe III, el Duque de Lerma. Decía Villamediana que,

El mayor ladrón de España
para no morir ahorcado
se vistió de colorado

haciendo referencia a cómo Lerma había conseguido el capello cardenalicio del papa para ponerse a salvo del proceso en el que se le habría juzgado por todos sus casos de corrupción (no en vano y aunque cueste creerlo en los tiempos que corren ha sido uno de los personajes más corruptos de la historia de España) y en el que acabó pagando los platos rotos Don Rodrigo Calderón, su mano derecha, como os contamos en nuestro Madrid de los Asesinatos.

Pero si esta noticia debió de causar un revuelo sin precedentes en las Gradas de San Felipe con días y días de chismorreos y dimes y diretes, no debió de ser menos impactante la muerte del propio poeta, Juan de Tassis, que se produjo a escasos metros del mentidero, en el palacio de su amigo el Conde de Oñate después de que en plena calle Mayor le dispararan dos saetas que prácticamente lo atravesaron de lado a lado del costado. Era el 21 de agosto de 1622. Manuel Castellano, pintor del siglo XIX, retrató este momento en uno de sus cuadros con las Gradas de San Felipe, prácticamente enfrente del palacio, abarrotadas de gente pendientes del desenlace de la vida del de Villamediana. Allí se discutió en los días posteriores sobre quién sí y quién no había podido mandar matar al conde, algo que ni siquiera hoy está del todo claro, si bien es cierto que candidatos no faltaban.

La cantidad de personas que podía llegar a reunirse en las gradas era tal que en una ocasión se hundieron debido al peso del público que se había reunido para presenciar la reprobación de un reo. Estas aglomeraciones se acabaron cuando en 1818 el convento se quemó y posteriormente, tras la desamortización de Mendizábal, se derruyó.

Pero, como os decíamos, éste no era el único mentidero. En la explanada delante del Alcázar, conocida como las Losas de Palacio, se organizaba otro. También en este caso resulta lógico que aquí se creara un punto de intercambio de información y rumores, pues el Alcázar era el lugar donde se concentraba el poder del reino y del imperio por ser morada del monarca. De hecho, quienes más frecuentaban este mentidero eran los llamados “covachuelistas”, es decir, los funcionarios de palacio y en él se movían todo tipo de rumores políticos y militares, además de buscarse favores gubernamentales tratando con uno u otro personaje influyente que pasara por allí en su camino a visitar al rey.

Aún había otro mentidero en Madrid, quizá el más peculiar, el llamado “Mentidero de Representantes”, en pleno barrio de los comediantes, el que ahora llamamos barrio de las Letras. En nuestra ruta por esta zona de Madrid os contamos cómo desde el siglo XVI ha estado relacionada con la literatura, con el teatro y con el mundo del artisteo. Allí se fundaron los primeros corrales de comedias, como el Corral del Príncipe, que con distinto nombre y transformaciones en el edificio ha seguido siendo un teatro hasta hoy, que es el Teatro Español. Y allí vivían los comediantes que actuaban en las aclamadas obras de los escritores del Siglo de Oro, así como los propios poetas que le dieron ese brillo al siglo: Lope de Vega, Quevedo, Góngora o Cervantes vivieron, murieron y airearon sus disputas en apenas dos manzanas junto al Mentidero de Representantes. De hecho, éste se encontraba en un ensanche de la actual calle León haciendo esquina de la última casa en la que vivió el manco de Lepanto.

Allí era donde acudían los comediantes, autores (hoy día, productores) y poetas cuando buscaban trabajo los primeros, una buena obra que llevar al corral de comedias los segundos y un buen postor que les pagara o les encargara un trabajo los últimos. Allí también se cocían las intrigas, los cotilleos y los rumores que tenían que ver con ese mundo peculiar del teatro.

Allí se hubo de dar buena cuenta de los amoríos de la Calderona, una de las actrices más famosas del siglo XVII, con Felipe IV, que le reservaba siempre un balcón para que asistiera a los festejos de la Plaza Mayor para disgusto de la reina y con quien tuvo un hijo, Juan José de Austria, que se convirtió en valido de su hermano, Carlos II, y gobernante efectivo de las Españas durante parte del reinado del último Austria, incapaz para todo, incluso de reinar.

En el Mentidero de Representantes se produjo también el asesinato del hermano de Calderón de la Barca durante una disputa. Calderón y otros presentes salieron tras el asesino, que se refugió en el Convento de las Trinitarias, lugar de clausura donde, entre otras monjas, se encontraba Sor Marcela, la hija predilecta de Lope de Vega. Un encolerizado Fénix de los Ingenios debió de ser tema de conversación en el Mentidero durante días, pues se contaba que se había puesto como una furia al descubrir que Calderón y sus seguidores habían entrado en el convento sin hacer caso de la clausura y comenzado a levantarles las tocas a las monjas para buscar al asesino, poniendo en peligro el honor y la seguridad de su hija.

Así que ya veis, por mucha capital del imperio más grande del mundo que fuera, Madrid no dejaba de ser un pueblo donde el cotilleo estaba a la orden del día. Quizá si os apostáis el tiempo suficiente en alguno de estos lugares que fueron centro del chismorreo capitalino aún cacéis algún jugoso chisme, ¡acordaos de compartirlo con nosotros!


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DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO

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