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Las antiguas cárceles de Madrid

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Cuando paseamos por el Madrid de los Austrias con nuestros clientes, les hablamos de dos cárceles en una distancia de apenas 500 metros en línea recta y es que la historia de Madrid y su urbanismo están llenos de ellas. Después de la Guerra Civil llegó a haber hasta veintiuna funcionando a la vez, entre las que eran cárceles como tales y los espacios usados con ese fin, en muchos casos edificios de instituciones religiosas como colegios. Pero hoy no hablaremos de esos penales más cercanos, que darían para varios posts, sino de otros que les precedieron, las viejas cárceles de Madrid. Denominador común de todas ellas, las más antiguas y las más recientes, fue el malvivir de los presos, hacinados, malnutridos y, como consecuencia, en muchos casos enfermos.

La primera institución penitenciaria que tuvo Madrid fue la Cárcel de la Villa, creada tras el permiso concedido por Fernando el Católico para tal fin en 1514. Originalmente estuvo ubicada en la Calle Mayor -en el tramo entonces llamado de Platerías- esquina con la Plaza de San Miguel, para ser luego trasladada a la Plaza de la Villa, donde acabó compartiendo espacio con el Ayuntamiento desde que se construyó la Casa de la Villa, inaugurada en 1693. A este doble uso del edificio se deben las dos puertas idénticas que tiene en la fachada. Además, la presencia de la cárcel dejó su huella en el entorno, como en la Calle de los Azotados (actualmente del Cordón), por donde pasaban los condenados a esa pena que salían de la Cárcel de la Villa.

Muy cerca de allí se encuentra otro edificio que se construyó también para uso penitenciario, aunque ahora tiene uno muy distinto. Nos referimos al Palacio de Santa Cruz, en la Plaza de la Provincia, un bonito edificio que es uno de los mejores ejemplos que quedan en Madrid de la arquitectura de época de los Austrias y en el que se encuentra el Ministerio de Asuntos Exteriores. Obra atribuida a Juan Gómez de Mora, aunque no sin polémica, sustituía a otra cárcel anterior que, a su vez, se había construido como solución a la requisa temporal de casas para fines penitenciarios, cosa que no le hacía especial gracia a los dueños de dichas viviendas.

La primera Cárcel de Corte era un lugar movido por la corrupción, hasta el punto de que entre 1588 y 1589 se abrió una investigación sobre las prácticas irregulares desarrolladas en ella, como ha estudiado el profesor Alfredo Alvar. Por gratificaciones en dinero o en especie a los carceleros, los presos podían tener una celda mejor, mejor comida o incluso traerse su propio colchón; podían incluso salir y volver a entrar. La lista de abusos de los trabajadores con los presos y con sus familiares es también interminable.

Parece que por eso, cuando se proyectó el edificio que conservamos hoy en día, se hizo pensando en que fuera una cárcel modélica que siguiera las teorías penalistas más modernas de la época, con un sistema de clasificación de presos según peligrosidad o sexo, con patio “de ejercicios”, con celdas con aireación y luz e incluso con una vivienda digna para el verdugo. El edificio causaba admiración por su belleza, hasta el punto que los viajeros que llegaban a Madrid decían que más parecía el palacio de un príncipe que un presidio. Tiempo después, reinando ya Carlos III, se ampliaría con el edificio trasero, originalmente un convento, quedando este nuevo anexo como cárcel, mientras que el edificio original se destinó a palacio de justicia. Finalmente, en 1846 se puso fin al uso del Palacio de Santa Cruz como cárcel al ser necesario cerrarlo por amenaza de ruina.
Antes de ello, el 2 de mayo de 1808 ocurrió un suceso cuanto menos curioso, que narra Arturo Pérez Reverte en su blog. En él cuenta que los presos pidieron unirse a la turba de madrileños que se enfrentaban a los franceses, bajo palabra de volver luego a la cárcel. Sorprendentemente se les permitió salir, pero más sorprendente aún resulta saber que, de los que salieron, sólo uno de los supervivientes faltó a su palabra.

Otra cárcel que sabemos que existía en Madrid en la época de los Austrias es la de la Corona, donde se recluía a clérigos que habían incurrido en delitos civiles y en cuya causa no entraba, por tanto, la Inquisición. No se sabe con certeza dónde se encontraba originalmente o si estaba donde se documenta a partir del siglo XVIII, en la calle de la Cabeza. Allí, en los bajos del Centro Municipal de Mayores Antón Martín, pueden verse todavía unas estancias abovedadas y construidas con ladrillo combinado con mampostería de pedernal que se corresponden con algunas de las celdas de esta cárcel, que estuvo en uso hasta el siglo XIX.

Algunos identifican esta cárcel con la del Santo Oficio y no queda descartado que algunos reos de la Inquisición acabasen en ella, pero sus dependencias principales estuvieron hasta el siglo XVIII en el mismo lugar que el Tribunal de la Inquisición, en la actual calle de Isabel la Católica (nº 4), que entonces se llamaba precisamente calle de la Inquisición. Posteriormente, Tribunal y cárcel se trasladaron a un edificio de la calle Torija (nº 14), junto al Senado, donde permanecieron hasta su desaparición. El edificio, proyectado por Ventura Rodríguez como arquitecto de la Inquisición y que daba la bienvenida a todo el que accediese a él con su temible lema Exurge Domine et judica causam tuam (Levántate Dios y juzga tu causa), se ha conservado hasta nuestros días y es actualmente un convento de clausura.

Como nos cuenta Pedro de Répide, insigne cronista de la Villa, hubo otras cárceles en Madrid antes de que se unificaran en la Modelo: las de Recoletos, la Puerta de Toledo y el Saladero. De ellas, la más conocida es la del Saladero, donde políticos ilustres del siglo XIX, como Salustiano Olózaga, compartieron reclusión con personajes destacados de la historia popular de la ciudad, como Luis Candelas.

La Cárcel del Saladero fue mandada construir por Carlos III y diseñada también por Ventura Rodríguez. Era originalmente un matadero y saladero de cerdos, ubicado en la Plaza de Santa Bárbara porque era una zona donde muchos de sus humildes habitantes se dedicaban a la cría de cerdos. A principios del s. XIX, tras un brote de tifus en las cárceles de la ciudad, especialmente en el Palacio de Santa Cruz, se decidió trasladar a los presos de éste y otros presidios a un enclave más alejado del centro. Se eligió el edificio del Saladero, que a partir de entonces se convirtió en la Cárcel del Saladero, aunque no estaba acondicionado para ese uso. Por ellos, la vida de los presos era muy penosa, incluso para los menores de edad, que llamaban “micos” y que tenían su propia zona; sólo los que tenían dinero podían alquilar una celda en la “zona noble”, llamada el Salón.

Como os decíamos, un personaje célebre que estuvo recluido en numerosas ocasiones en esta cárcel fue Luis Candelas, si bien no solía pasar mucho tiempo allí, pues se camelaba a los carceleros con sobornos o encontraba otras vías de escape, como hacer uso de los contactos que tenía su amante Lola la Naranjera, querida también del rey Fernando VII. En una de sus estancias coincidió y trabó amistad con Salustiano Olózaga, presidente del Consejo de Ministros cuando Isabel II accedió al trono y acusado falsamente de coaccionarla para que disolviera las Cortes y convocara nuevas elecciones. Candelas ayudó a escapar de la cárcel a Olózaga y, a cambio, éste le introdujo en la masonería. Parece además que como resultado de este encuentro Candelas, que ya simpatizaba con la causa liberal mediante su alter ego de indiano adinerado y respetable, se comprometió con su lucha. Otras versiones, en cambio, hablan de esto como una causa y no una consecuencia de haber ayudado a Olózaga.
También estuvo en el Saladero el cura Merino, que oficiaba en la iglesia de San Justo y que en 1852 le asestó una puñalada a Isabel II cuando salía del Palacio Real para ir a bautizar a su hija a la Basílica de la Virgen de Atocha, como os contamos en otro post, si bien a la reina le salvó de morir el rígido corsé que llevaba. El cura fue prendido y condenado a muerte por garrote vil, pasando los escasos días hasta que se consumó la pena en el Saladero. Según se cuenta, bajo el edificio corría un pasadizo que comunicaba la cárcel con el patíbulo.
A finales del s. XIX la cárcel del Saladero fue abandonada por la Modelo de Moncloa y, a comienzos del s. XX, en su lugar se construyó el Palacio de los Condes de Guevara, de estilo neobarroco y diseñado por Joaquín Pla Laporta. Actualmente es el Centro de Innovación del BBVA, que conserva el diseño original en la fachada y en la estructura.

Así que ya veis, Madrid da para infinitos paseos, incluso por los edificios más sórdidos y de infausto recuerdo, muchos de ellos redimidos en usos más amables, pero al fin y al cabo hitos también de su historia, ¿a qué esperáis para descubrirlos?


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DIEGO ANTONANZAS DE TOLEDO

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